sábado, 14 de noviembre de 2009

capitulo IIICapitulo II.

Capitulo II.
Raquel. San Antonio. Los algarroberos. De hombres y perros.
Manuel al salir de la asamblea estaba firmemente decidido a conocer a la chica de Murcia. Poseía una gran sensualidad, produciéndole una gran atracción irresistible.
Sus formas eran armónicas, vestía elegante, aun ligera de ropa debido al calor de un tórrido agosto a orillas del mediterráneo. Tenía la gracia de poseer una nariz perfecta, fina del tipo de las italianas, una larga melena ondulada rubia le imprima la fuerza de mujer temperamental y pasional. Su mirada de ojos verdes era penetrante, y a su aspecto de mujer mediterránea le sumaba exotismo y misterio.
Mientras ella se dirigía a apuntarse a la invitación, a la vez lo hizo Manuel para hablarle.
-¿Iras también a la excursión?
-si la verdad es que me parece interesante el proyecto. Le dijo mirándolo con una mirada alegre y simpática.
Manuel era un chico alto y corpulento, de piel oscura, ojos grandes redondos de color marrón, de constitución bien formada, sin ningún rasgo especial que lo distinguiera. Su aspecto era el común en estas orillas.
Vestía de forma muy humilde. Acostumbraba a ponerse lo primero que encontraba sin asegurar si estaba limpio o no. A veces salía con la camisa o los pantalones con alguna que otra mancha. Era descuidado, el pelo largo le caía desordenado ya que no lo peinaba, enredándose en caracoles. Al igual que su barba. Afeitándose una vez a la semana, al sexto día ya parecía un barbudo dándole más edad de la que realmente tenia.
-Para mi seria un sueño-continuaba diciéndole Raquel- salir de los trabajos que he hecho hasta ahora.
-¿Dónde trabajabas?-le pregunto Manuel.
- He tenido muchos. El último en una residencia de ancianos, debía hacer jornadas de 14 horas. Estaba en recepción, realizaba las altas de las entradas de los residentes, información a los familiares de la habitación o el estado de su allegado, recibir llamadas y cosas por el estilo. El horario era larguísimo, incluidos sábados y domingo. Libraba un día entre semana, y no siempre. La verdad es que lo deje. El ambiente era insoportable. Trataban muy mal a los trabajadores, por ejemplo las 14 horas de jornada no podía ni sentarme. Se les antojo por un capricho cruel, o una estética siniestra, mala para la salud que así fuera, e impusieron por el poder que tenían sobre los trabajadores esa norma. Ni un triste taburete nos dieron en meses. No se a santo tanta tortura, era innecesario. Me empezaban a salir varices de estar en esa postura ¡ni que fuéramos mulas! Esa era la forma de tratarnos.
-Son unos salvajes esta gente-dijo Manuel, también recordaba los malos tratos pasados.
-Por eso estoy muy ilusiona de salir del sistema, de trabajar pero de hacerlo de una forma que no he hecho hasta ahora nunca, con dignidad y seguridad.
-Yo también espero que nos salga todo bien, aunque opino debiéramos organizar las cosas mejor, más cerebralmente.
-A mi la verdad es que también los veo algo perdido, pero trato de ser optimista, por lo menos intentan hacer algo.
-¿Cómo te llamas?
-Raquel.
-Yo Manuel. Bueno Raquel, disculpa me hacen señas Ramón, debo irme he venido con él. Nos vemos.
-Es guapa-le dijo Ramón al salir.
-Si, es muy guapa, la verdad es que me he apuntado por ella.
-¿Qué no crees en lo de la granja?
-Pues no, no lo notas van totalmente perdidos, no tiene nada, allí no veras más que un montón de zarzales donde perdió cristo el gorro, y las fantasías dementes de unos ilusos que no harán nada, no tiene medios ¿que puede valer hacer las instalaciones? lo menos medio millón de euros ¿Dónde vivirá la gente mientras las hacen? Y la parida de la arcilla del río. Se necesita una fortuna para hacer eso, hay que pedir un crédito al banco, hacer un proyecto y entonces se haría. Si a esta gente les dice que necesitan medio millón se asustan, se asuntan por 300 euros. Además es que no tiene nada pensado. El banco no les dará nada, carecen de respaldos, de proyecto, a mi me parece que están chiflados, y eso es poco aval.
No, si visto así tienes razón, pero por lo menos esa gente intenta hacer, debemos darles una oportunidad.
Lo que hacen y nada es lo mismo. Peor que no hacer nada, ya que la gente deposita en ellos sus ilusiones y saldrán mal, hundiéndolos a un más en la miseria moral. Las cosas no se hacen así. Bueno vámonos.
Ramón dejo a Manuel en su casa.
Vivía Manuel en el paraje de San Antonio, un conjunto de casas ilegales y destartaladas sobre una colina llena de ribazos. Hechos estos para conseguir algo de terreno fértil y poder cultivar cultivo sufrido como algarrobo, la olivera, almendro, higuera y poco más podía soportar la extrema sequedad de esas yermas tierras. Fue trabajo de titanes la construcción de ribazos, perdidos su construcción en los confines de los tiempos.
Su decadencia llego con el invento de las máquinas, y la desaparición de las ganaderías. Los algarrobos se dejaron de cuidar y los ribazos de abandono caían.
La colina separada del pueblo a un par de kilómetros estaba coronada por una blanca ermita dedicada a San Antonio Porquet, el patrón de los animales.
Mejor no se podía haber elegido el nombre, ni la consagración.
Necesitan de piedad y recuerdo los desdichados animales que allí vivían y morían. Una vez al año, los 19 de eneros eran bautizadas monótonamente las bestias. El pueblo festejaba el evento del defensor de los animales, comiendo animales.
Los cerdos y cabras que no eran bendecidos por el padre, eran devorados en las hogueras, igual que los conejos y gallinas con la que hacían las paellas. Era día de comer en el campo acompañados por el ruido de las campanas repicando frenéticamente, de los cohetes y los gemidos de los animales histéricos de tanto ajetreo.
Como todo acto popular en estos lugares, eran escandalosas y ridículas las posturas de los asistentes.
Etologicamente se hubieran comparado con los pavos. Las pavas iban con sus mejores galas para encelar, los pavos se pavoneaban con camisa blanca y chulería desmedida, prueba de la salud reproductiva de sus genes. Su voz, la más importante de todas se manifestaba en sus estridentes gritos.
Era molesto escuchar el ruido de los asistentes, como de las explosiones provocadas por los artificios pirotécnicos.
Los perros, los gatos, los caballos… eran ungidos con agua bendita, y estos benditos ganaban la redención a sus miserias terrenales, que no eran pocas. Les daban a los animalitos una medalla del santo que colgaban sobre sus collares. Al llegar el ocaso el Santo quedaba en silencio y entre la basura.
Vivian por allí muchos de los amados de San Antonio.
Se contaba con una gran fauna gatuna, perruna, patuna, cabruna. De gallináceos andaban bien servidos, alegraba el arca dos ponis y un burro. Amen de todos los indígenas que podrían sumarse a este bestiario.
En San Antonio por cada persona había cinco canes.
No tenían una vida fácil los lugareños de ese páramo maldito, los animales padecían las desventuras de sus dueños, que los redujeron a estado de esclavitud y barbarie.
En los pequeños corrales hechos en las partes traseras de las viviendas, construidos de ladrillo de panal sin revestir, encontraba alojamiento gratuito abejas y avistas.
Dependiendo del grado de locura, alcoholismo o deficiencia mental de sus propietarios. Los perros: o vivían afinados en esos corrales, o en patios en las entradas a las casetas, arquitectura tipo cortijo andaluz, patria de donde venían muchos. En algunas casas se podían censar 12 o 13 perros en 15 metros cuadrados, o la misma cantidad, en el mismo espacio, pero encima enjaulados. La mayoría eran perros de caza. Tras las rejas se les podía ver sus cuerpos escuálidos de las hambres pasadas hasta el casi limite de la inanición. Según sus cuidadores para ser mejores cazadores, y por necesitar de poco comer estos animales. De tan poco necesitarlo, no solo no se les notaba las costillas, sino que de su fina piel carente de grasa alguna estaban a punto de asomar. Eran perros sanguinarios, sufridos, masoquistas. Sueltos trabajaban para sus amos en vez de abandonarles, dándoles de sus certeras colmilladas conejos, jabalíes, perdices, devoradas con necesidad sus cautivadores. Caíales a ellos algún chusco de pan duro, doble ración de agua en precio a sus fatigas y heridas.
A parte de estos solían desfilar por las casas pequeños perros ratoneros repletos de pulgas y suciedad. Estos, por ser consentidos de las mujeres, eunucos perrunos guardianes del harén, les dieron mejor vida, alguna que otra caricia y mayor libertad. Pasaban sus ociosas horas dando vueltas por la casa buscando algo de gasto, pero aun obtenían poco por haber poco. Gran parte de su alimentación era de la basura y carroña que encontraban.
Conforme se subía por el calvario de San Antonio, paralelo a este moderno camino, caída en desgracia y en el olvido, semisepultada por escombro, se encontraba a la antigua calzada árabe. Llamada por los nativos de los romanos, para no mezclar su sangre con la sus hacedores y reconocer que aparte su gloriosos antepasados los Augustos, los trajanos, los Constantinos y los Pedros II, Fernandos de Aragón, también la había de paganos moros y moras de la moreria.
Conforme se ascendía buscando el cielo, el viajero no se desprendía de las casetuchas, proliferando más y más .Destarladas, salpicando el paisaje, construidas de forma improvisadas, sin gracia ni sentido del gusto. Desorientadas en su posición unas daban la espalda a la otra, algunas estaba frente a frente desafiándose.
La mayoría eran rectangulares como cajas de zapatos, de paredes finas que hacían un esfuerzo de equilibro en su lucha titánica contra la gravedad.
Las terraza planas, con pendientes recogían el agua de la lluvia, allí igual que no llegaba la esperanza, tampoco lo hacían las tuberías, ni acequias, ni acueductos, ni cualquier conducción de agua, dependían de los aljibes como los pájaros de los charcos.
Entre la rocas grises amontonadas sobre la zanjas, brotando de tierra seca, moribunda y polvorienta, de la sombra de su costado nacía sin brío, reseco el romero, el tomillo, la zarza-mora, la madre selva, y de entre el pedregal, el rey de todos ellos, el regio algarrobo. En este paisaje sonaba el aterrador sonido homicida de perro salvaje.
Eran estos animales destartalados, famélicos y sanguinarios, tan fieros que al paso de alguien se alzaban del suelo revoloteando a su alrededor sorprendidas del movimiento un enjambre de negras moscas. En su excitación asesina ladraban al viandante para acabar mordiéndose salvajemente entre ellos. Los chillidos agudos al caminante, graves del dolor de la dentellada, se clavaban en el cerebro. Caía de sus fauces abiertas, de entre su marfil blanquecino custodiado por cuatro largos colmillos como cuchillos, largas salpicaduras de baba y saliva esparcidas por el aire en su atronador aviso.
Las casas se hicieron hacia más de treinta años, sin permiso ni autorización, a lo burro, con hacha en mano talaron los algarrobos. Donde tan robustos y sufridos árboles tuvieron vida, alzaron sus casetas victoriosos. Ahora se estaba en expensa de la sentencia de las autoridades, si dictaban derribo o no.
Los fundadores de las viviendas era gente jubilada o a punto de estarlo.
La mayoría las había vendido o alquilaba tras serle imposible la vida entre sus semejantes. Odios vecinales por un quítame a mi unas pajas. La mitad no se hablaba con la otra mitad. Era lugar para la crónica negra hispana. Un puerto hurraco extendido en más las de 40 casetas. Donde las peleas entre otros motivos por las lindes, las supuestas intrusiones de terrenos de un vecino sobre otro. Las envidias de la prosperidad personal, o cualquier acontecimiento feliz, eran motivo para declarar públicamente sus odios y afán de venganza. No vivían el rencor en silencio para sus fueros, lo sacaban a la luz.
Aguardaban la ocasión de expresar tan sentido odio, que casi siempre se presentaba por ser todos personas intranquilas.
Tomas el salao, barrendero municipal de profesión, en ocasiones chatarrero. Persona fondona, no muy alto, de mirada salvaje y voz muy aguda casi ronca, de movimientos tranquilos, parecía un perezoso no solo en los movimientos sino en la pelambrera. Persona muy sufrida al trabajo, de afición principal a los bares, por tal de no parar por casa con su mujer. En toda la semana no la veía más que al irse a dormir. Disfrutando según él una relación perfecta. Era tal su devoción a estos lugares, que cuando su hija tuvo un accidente del que casi muere, quedando la chiquilla con 5 años coja de por vida, tras sufrir el atropello por un conductor borracho. En vez de pasar las horas consolándola. Por agobiarle tremendamente el hospital, lugar de recogimiento, silencio, sin poca estimulación, ni follones, pasaba la preocupación por el futuro físico de su hija en un bar de borrachos llamado la Alegría de la Huerta. La tensión emocional del accidente le llevo a pelearse con varios parroquianos. Todos se lo perdonaron.
Comentaban en los corrillos:
-Es que esta sufriendo mucho por su hija, tener paciencia, pobre hombre, no, si suerte en la vida no ha tenido. Todo les pasa a ellos. Toma Tomasin, tomate otra quinta que yo invito.
Tomas conmovido lo agradecía.
Al Salao, como todas las desgracias le pasaban a él, tras recuperarse su hija tuvo en San Antonio un roce con el Ripa. Hombre no menos fiero que una hiena.
Oportunista de la vida, había ejercido todo tipo de oficios, uno de ellos bastante pintoresco. El de sanador, un día mientras dormía, como Sir Isaac Newton pero este bajo un algarrobo, le cayó una algarroba, despertó teniendo claro como quitarse las hambres. Descubrió los poderes de sus manos para curar. Este amante de la falange se convirtió en naturista. Corrió el rumor de sus curaciones, personas con cáncer, con leucemia, con tiroides, discapacitados, esquizofrénicos e idiotas de todo tipo hacían cola para que sus manos les sanaran sus tullidos cuerpos, a cambio deban una generosa voluntad. Como el cojo siguió siendo cojo, el imbecil siguió siendo imbecil, tras hacer algo de caja lo dejo para ser obrero. Pero el dolor de espalda de dicho oficio conspiro contra su voluntad, amen de no poder sanarse por no llegar sus benditas manos a sus propias vértebras, desencajadas del esfuerzo. Probo con la fontanería pero náufrago en una fosa séptica. El lo tenía claro toda su decadencia venia de la muerte de Franco, con él había seguridad, trabajo y oportunidades. Finalmente otro falangista dueño de una flota de camiones de hormigón lo coloco. Ripa, hombre de mediana altura, cuerpo poco cuidado, de melena escasa, tripa cervecera, hablaba siempre gritando. Parecía como los perros de san Antonio, se expresaba a ladrido limpio, enseñando las fauces de forma amenazadora. Sus hijos eran un manejo de nervios como él, siempre los andaba zarandeando, excepto al mayor al que temía .Este había cumplido prisión por pagarle una paliza en la que casi le mata a su amada mujer, de la que estaba locamente enamorado. Tenía aun dos hijos más jóvenes. Aunque cada uno tenía más de 27 años, eran como chiquillos al estar siempre atemorizados. Carecían de voluntad de vivir, sin su tiránico padre en un par de horas morirían. Acostumbrados a la mala vida como los perros. A todas estas bestias cunado más se les pega más dependen de uno. Sus hijos eran un cero a la izquierda. Tenían una visión de la vida donde el hombre era malo por naturaleza y quería matarles. Los horrores contados por su padre del que nunca se desprendían los sumía en una espiral de terror paralizante. Su única protección era su padre, le tenían pánico, pero se encontraban a su vez protegidos de la violencia por su violencia.
Como con la hormigonera tenia un sueldo aceptable, un trabajo cómodo de vagabundear para arriba y para abajo, decidió comprarse un coche familiar.
A tomar el salao fue a enseñárselo corriendo, le sentó mal tanta pretensión al salao.
-¿Has visto que coche me he comprado? esto es un coche no el trasto que tu tienes.
-Eso no lo quisiera yo ni regado, es un trasto, seguro que te han timado, el motor ese no vale nada. El mío es alemán.
-Pero viejo. Este corre muchísimo, tiene dentro una manada de caballos salvajes, es de los mejores del pueblo.
-Bueno, ya veremos lo que te dura.
-Es que te molesta o que- decía disfrutando de la expresión de envidia que no podía ocultar el salao que siempre le había tirado en cara que el tenia coche y el otro no.
-A mi tu coche plim, como tu vida, me importa muy poco.
-Pues no lo parece.
Para festejar el acontecimiento decidió hacer un parking en un terreno a medio camino entre su casa y la de Tomas. Subió la hormigonera una oscura noche y empezó a hormigonar ribazos. Allí hizo su parking.
El salao que tenia ganas de jaleo tuvo la ocasión, y bajo corriendo cuando vio su coche ahí plantado.
-Ese aparcamiento que has hecho ahí no lo puedes hacer, no es tuya esa tierra, la compre yo.
-¿Por qué? ¿Por que tú lo digas?
Esa tierra me pertenece, se la compre al tío Pere.
Eso es mentira, se la compre yo al señor Silvestre. Esto es mío, sal de mi propiedad o te mato. Sal, te lo ordeno, o te llevo al puesto.
- El que te llevaré al puesto seré yo. Te llevare al puesto, te llevare al sitio, llamare a los policeros.
-Pues llámalos y hablaremos de todos los vertidos del aceite del coche que hiciste la semana pasada en la montaña. Te vi, tengo testigos. Y del robo de la motosierra del tío Trabucio.
-Te juro que esto no queda así, de alguna forma he de vengarme y llevarte al sitio.
-Porqué no lo arreglamos entre nosotros.
Empezaron a pegarse. La pelea acabo en tablas, los dos tuvieron que ser asistidos en el hospital por diferentes contusiones no muy graves. Y como no quisieron que interviniera el juez, declararon se produjo todo de diversas caídas.
Al salir del hospital el salao aun vendado aparco en el parking del Ripa.
El Ripa le rompió a pedradas las lunas del coche. Bajaron los familiares de unos y otros, hablaron las navajas. Nadie murió hubo milagrosamente, solo hubo un par de heridos. Finalmente el salao vendió la casa a unos gitanos.
Peleas había habido bastantes, así que para evitarlas generalmente vendían las casas a inmigrantes que eran los únicos interesados, junto a la gente de la vida.
La mayoría de nuevos pobladores eran personas de Europa del este que huyendo de los conflictos, las hambres y alguno que otro de la policía de su país, aterrizaron por allí y establecieron su territorio. Lo mismo pasaba con los antiguos constructores de las milenarias acequias y calzadas. De África volvían a encontrarse con su ancestral patria. Los inmigrantes entendieron pronto las costumbres locales, vivían la vida desde el yo. El egoísmo de esta gente hubiera alagado a Hobbes y a Sade. Si podían hacer algo para molestar a su vecino, lo hacían con diligencia y presteza. Unos a otros se acusaban de racistas y egoístas. Si unos lo eran, los otros más.
En la crisis del 2009 los nuevos moradores: gitanos, rumanos, parias del país, estaban pasando necesidad. Ninguno trabajaba, el paro era del cien por cien. Los motivos la crisis y también el ser gente de no gustarles mucho eso de estar encerrada y con horarios. En Agosto se les otorgo una gran oportunidad conocida de la gente golfa del terreno, como Jesús el loco.
Hombre tétricos, taciturno, caminaba con la miraba baja y recelosa. De aspecto nauseabundo, con una panza horrible, cabezón, bajito. A Parte de estar loco, es que tenía el aspecto. Fue desterrado del barrio obrero-marginal de Texas, nacido este suburbio para meter a todos los andaluces, albaceteños, toledanos que vinieron a trabajar a la fabrica de Segarra.
El motivo del destierro fue pegarle una paliza a un niño de 9 años. Los vecinos tras intentar lincharlo, pues era gente fina en la aplicación de la justicia, reunieron firmas para tirarlo y lo consiguieron. El loco buscaba como un animal desesperado una guarida, eran días difíciles para el y su familia. En sus pesquisas para encontrar vivienda no pudiendo volver a la suya por ser linchado, obligaba a que se las vendieran.
-Tu tienes que vendérmela, debes hacerlo o te manto.
Tuvo suerte y encontró a un propietario motivado para hacerlo, el señor Morcillo que viéndose envuelto en varias enemistades se la vendió de buen grado. Se gasto en un año el dinero en beres, mujeres públicas y actividades derivadas. Luego dicen que se arrepintió de venderla tan barata. Siempre comentaba esa anécdota arrepentido de la mala venta, se sentía burlado por el loco. Todos reían en la alegría de la huerta a sus pesares, dando gritos de viva el loco, o loco pero no tonto.
Por un precio módico el loco tuvo su caseta. Se mudo con su mujer tras salir esta del psiquiátrico. Se prometieron empezar una nueva vida alejados de un mundo que no les entendía ¿Por qué es tan cruel la gente? se interrogaban sin llegar a ninguna conclusión.
La mayoría de la gente de la montañeta vivía de la ayuda familiar del estado, de los servicios sociales, la caridad, la recogida de algarroba, almendra y el robo de cobre.
El loco con su mirada locuna marco el terreno que consideraba suyo de algarrobos.
Este fue su catastro.
La crisis que merco los trapicheos de estas gente obligaba más que nunca coger algarrobas y en mayor cantidad.
Una mañana de Agosto el loco bajo a coger algarrobas acompañado de su hijo de 15 años para instruirle en la supervivencia.
Encontró a Felipe, un hombre de más de setenta años que también estaba cogiendo. Felipe era persona inteligente y en algún momento buena, pero eso quedo en los principios de la formación de su personalidad hacía más de 60 años. Las peleas con los hombres, las desgracias personales, las dificultades para salir adelante se la quitaron.
Le gustaba la cultura, aunque nunca había podido estudiar, cosa de la que estaba muy arrepentido y frustrado. Conoció la guerra civil en Jaén, por Despeñaperros. Estaba aun traumatizado de haber visto fusilar a su tío.
Jugaba con sus amigos cuando escucharon en un pequeño bosque a unos hombres uniformados y armados, que llevaban a otros que iban de paisano.
Los chiquillos los siguieron a bastante distancia, en silencio los espiaban intrigados con aquello. Les recordaban a los juegos a los que jugaban. Ahora iban a ver como jugaban los mayores. Llegaron a una masia abandonada. Colocaron a los prisioneros contra la pared, los soldados cargaron los fusiles y abrieron fuego.
Se escucho la terrible deflagración y cayeron. Luego un oficial saco un revolver y a cada cuerpo le pegaba un tiro en la sien. Se escucharon varios gritos alguno no debería haber muerto en la primera descarga. Los soldados se fueron de allí.
Ellos aterrorizados, pero con curiosidad bajaron. Felipe vio a su tío, tenía los ojos abierto igual que la boca, estaba inerte en el suelo.
Felipe fue albañil, casi todas las casetas del lugar tenían su firma. Su matrimonio fue fructífero con 8 hijos. De uno de ellos no se desprendía, los demás hacían su vida. Este de naturaleza bonachona tenía un leve retraso y era epiléptico. El lo tenía en su custodia, no le dejaba alejarse de él. Por no dejarlo, ni lo hacia en un centro de día, con psicólogos y otros compañeros de enfermedad donde podría tener un trabajo a su medida, apoyos emocionales y sociales, clases especiales. En definitiva un mayor grado de autonomía, o total. En su suspicacia con la gente pensaba que se lo pervertirían y no cuidarían como dios manda, pensaba que se lo matarían. Así que el chiquillo cercano a los 40 años no se separaba de él. Felipe en sus recelos vivía con gran pesar, augurando un final terrible para su hijo. Estaba convencido que su muerte iría aparejada a la de la indefensa criatura. Estaba tan convencido en la maldad humana, que dada por cierto sus pensamientos y que ninguno de sus 7 hermanos que daban muestras de quererlo lo cuidaría, abandonándolo en alguna institución, o si les reportaba perjuicio económico en la calle.
-La gente es que somos mala- le decía cuando veía a Manuel al que apreciaba, igual que Manuel a él.
Ese día para ayudar un poco a su hijo Felipe bajo por la mañana acompañado de su inseparable hijo a coger algarrobas. Siendo conocedor el dueño de esa recogida, les otorgo durante años el permiso de usufructo a Felipe y su hijo.
Estaban cogiéndolas cuando de unos ribazos de arriba se descolgó el loco con su hijo blandiendo una vara.
-Estos árboles son míos, esa algarroba es mía, con que largo de aquí u os mato-les dijo el loco.
-No señor- le dijo Felipe- de estos árboles y los de esos bancales tengo yo el permiso del amo Ventura. Son para que mi chiquillo que tiene una paguita muy escasa y ahorre un poco. Hay muchos árboles, ve por Garrut, esta lleno y no lo frecuenta nadie.
-No, no estos son míos, largo o os pego- dacia cada vez más violento blandiendo la vara y pegándose en el pecho, parecía un gorila a punto de atacar.
-Me caguen dios, si fuera más joven te mataba, canalla, si hay muchos árboles.
No, no, estos son míos, este es mi territorio, iros o os mato a varadas- le contestaba el loco blandiendo la vara.
-Canalla, más que canalla, quédatelos. Mira, me voy por qué no quiero problemas.
Felipe abandono el lugar con su hijo, temblaban los dos de miedo.
- Es que la gente somos mala, no paraba de decir.
Manuel veía pasar todos los días las furgonetas cargadas de algarrobas. No sabia si coger o no, esperaba evitarlo buscando empleo en los servicios para ese fin, pero la crisis era tan fuerte que no había nada. Los empresarios estaban golpeando a los trabajadores de forma obscena, estos callaban. Buscaba también alternativas en asambleas de parados, pero eran un desastre aun mayor. Los trabajos marginales como la algarroba tampoco anunciaban nada bueno. Dudaba se si dar el paso o no. Incluso planeo donde ir. Para evitar tener problemas de conciencia busco el la oficina virtual catastral partidas de parcelas de algarrobos. Averiguó el nombre de los propietarios, si estaban en uso o abandono. Encontró enormes montañas compradas por importantes empresas que iban a invertir para hacer vertederos pero se echaron atrás quedando perdidas todas las tierras. Allí había pensado trabajar. No se podía acceder en coche padecería mucho arrastrando los sacos durante varios kilómetros, pero la necesidad de hacer algo le apremiaba, el plan no estaba mal, aunque tenía un mal presentimiento.
Finalmente se decidió a ir, le comento el plan a un amigo llamado Rodrigo. El muchacho lo estaba pasando mal, buscaba trabajo como la mayoría pero no encontraba, hacia más de un año que vivía sin ningún tipo de ayuda. Su madre le ayudaba en lo que podía aunque tampoco iba muy bien, pasaba bastantes estrecheces. No encontraba forma de ganarse la vida por mucha voluntad que pusiera. Su curriculum tampoco le permitía mucho más que peón, el aceptaría agradecido, pero ni de eso encontraba. Era aun joven para soportar esfuerzo, acaba de cumplir 28 años, pareciendo mucho más joven, poseía aun cara de mancebo, de rasgos finos casi afeminados, delicado en su maneras, no parecía un cogedor de algarrobas.
Al amecer salieron, tras caminar durante horas, empezaron a coger el fruto del árbol. Obtuvieron en 4 horas a más de 35 grados más de 90 kilos, fueron sacándolas poco a poco, sobre zarzales, entre aligas, con más de 40 kilos a las espaldas.
Ocultaron los fardos cerca de un camino. Rodrigo fue por su coche, Manuel aguardo. Al cabo de una hora volvió. Los cargaron.
Fueron a la cooperativa, pero ese día estaba cerrada. En la puerta aguardaban a los dueños furgonetas destartalas, chatarra ambulante que se caía a pedazos.
Iban vestidos esas gentes con harapos, era una procesión de la miseria. Dos mujeres hablaban entre si acaloradas, vestían como pordioseras, de piel cobriza lo poco que enseñaban resplandecía como el aceite de oliva. De riguroso negro raído de tan viejo, con unas faldas caídas hasta los tobillos, para asomar unos pies desnudos encallecidos siendo jóvenes eran ancianas.
-¿has visto que gente? le pregunto Manuel.
-Que esperabas ver, Manuel le respondió Rodrigo ¿gente con corbata? pareces tonto.
-No, ya, pero es que tiene una pinta que asusta- respondió.
Esperaron media hora larga enfrente de estos.
¿Vamos?- le pregunto Rodrigo.
-Si creo que será lo mejor, me escama esperar tanto.
Hola que tal. Les dijeron al unísono Rodrigo y Manuel.
-Hola amigos- le dijo un chico con acento rumano.
-Sabéis si abren-le pregunto Manuel.
-No lo sabemos ¿tenéis teléfono móvil? nos han dado un señor el teléfono del corredor pero no tenemos saldo en los móviles.
- No, no tenemos.
-Lleváis dinero, dadnos un euro y llamaremos.
-Lo siento, estamos como vosotros no tenemos nada- Dijo Rodrigo, aunque si llevaban algo de dinero y móviles no se fiaban de que se lo devolvieran después.
-Agua y comida tenéis, hace un día que no he comido.
-Pues no, no llevamos nada, pero mira, en aquel parque hay una fuente, el agua esta fresca, yo acabo de beber en ella-le dijo Rodrigo.
Ninguno se movió a la fuente. Volvió el silencio, las gitanas habían dejado de discutir para escuchar a los nuevos visitantes.
-Sabéis por que esta cerrado-pregunto el rumano a Manuel este no dejaba de mirarle su brazo. Le sorprendió el tatuaje del rumano era un puñal del que caían gotas de sangre. El puñal era exageradamente grande. Ocupaba todo el brazo, de muy mal gusto el dibujo, una exaltación brutal de la violencia. Su rostro no estaba exento de misma.
Poseía una única ceja ya que las dos estaban unidas, asomaba una gran cicatriz sobre ella acabada en el parpado. De piel más oscura que un gitano, frente encogida y la cabeza grande y plana. Galton lo hubiera descrito como enfermo mental o psicópata. Parecía un ser brutal, capaz del más insano crimen. El tatuaje era de un grosor enorme, con lo que se intuía que se lo haría con aguja y tinta sobre la herida, de esos que se hacen en las prisiones.
-Seguramente estará cerrado- cayó Manuel- por ser en el pueblo las fiestas grandes de Agosto.
-Nosotros nos vamos ¿no? Dijo mirando a Manuel, Rodrigo.
-Si contesto este, creo que es eso, serán las fiestas, venir pasado mañana que habrán terminado.
Acompaño Rodrigo a Manuel y cada uno se fue por su lado.
Al entrar en su casa vio Manuel como su vecino abría la cortinilla de la ventana para espiarle.
Julián el pollero, aficionado a espiar a los vecinos.
Tras estar durante años en la fábrica de Segarra estuvo de encargo en una granja de pollos. Incluso le ofreció a Manuel trabajar allí cinco años atrás. Ahora se acababa de jubilar, distrayéndose espiando a la gente, gusto adquirido de haber sido capataz.
Allí se padece un poco- le decía cuando intentaba colocarle- cobrar no se cobra mucho, hagas las horas que hagas pagan siempre igual, 800 euros por 14 o 15 horas. El olor es insoportable, eso es lo peor, uno no se acostumbra. Hay que pasarse el día recogiendo animales muertos, soportar las picaduras, algunos se tiran al cuello, sepáralos entre sí en las peleas, luego hay que coger huevos. Faenas de albañilería como reparar jaulas. Últimamente andamos escasos de personal, la gente no vele nada, se ha hecho señorita. Ya hay cuatro que se han cortado los dedos con la radial, para mi que lo hacen adrede siempre es el chiquitín que no sirve pa na, y por dedo cortado 100 euros al mes, la baja de un par de semanas, la gente con tal de no trabajar. Son muy listos yo quitaría esa paga por amputaciones, ya veríais co si yo mandara, la quitará. No habría tanto lesionao. Son todos unos vagos. No valen pa na. Se quitaba el palillo de entre los dientes para bajar la mano acentuando más sus palabras con este ademán, hecho esto volvía e a colocar el palillo con el entre los dientes y a escarbar entre ellos.
Manuel, no acepto la oferta.
-No gracias Julián, de momento estoy buscando de lo mío.
-De lo tuyo ¿Que es lo tuyo? dime lo tuyo, lo tuyo, tu lo que no quieres es trabajá.
Manuel se las arreglaba bien para concluir de forma educada esas conversaciones. La verdad es que le molestaba su vecino, era chulo, ordinario, violento, donde una persona así trabajará debía ser un ambiente bestial.
Recordaba del pollero, al segundo o tercer mes de mudarse de la capital a San Antonio Manuel, un espectáculo horrible protagonizado por su vecino.
Estaba en casa cuando escucho como un perro ladraba como si le matarán. Alaridos de dolor retumbaban de una forma insoportable de aguantar con indiferencia. Tan tremendos eran que varios vecinos alarmados de tan sobrecogedor y lastimeros chillidos salieron a ver que pasaba. Guiados por ellos acudieron a casa de Julián. Llamaron y salio con una llana de obra en la mano llena de sangre.
-¿Qué pasa por aquí, estáis bien?- le preguntaron casi todos al unísono.
-Nada- les dijo con toda naturalidad lleno de sangre la ropa, la frente que se mezclaba con el sudor producido por el esfuerzo físico.
Los alaridos del perro descendieron, pero aun así el pobre animal seguía gimiendo.
-Es que una persona me ha dicho que a este animal- les indico el pollero abriendo la puerta para que todos pudieran presenciar el espectáculo- que hay que cortarle el rabo y las orejas, se las estoy cortando con la llana, ya que no tengo otra cosa, llevo más de una hora y todavía no se suelta el rabo y las orejas.
El animal estaba atado con una cadena. Entre sus patas se formo un charco con la sangre, las orines del animal y un olor hormonal muy fuerte de alguna glándula que execraba dolor y miedo. Se podría decir que apestaba a dolor y miedo.
Tenía el rabo pelado de los golpes recibidos con la llana. Una oreja ya estaba medio cortada. El perro de tamaño medio, parecía un podenco, tenia aspecto de manso, soporto semejante tortura sin revolverse a morder a su amo. El animal temblaba y no paraba de gemir, sus ojos le brillaban mirando a todo el mundo. Parecía pedir compasión, aunque también tenia la mirada pánico y extrañamente, de dulzura y compasión. Era terrible el ver a esa criatura, que no paraban de ser observada en silencio por todos, en tan humillante e indigna situación
Nadie dijo nada, no pudieron ni reaccionar. A Manuel le invadió un sudor frío, los colores se volvieron de un blanco intenso, inconsciente al sonio, a la conversación que se estaba produciendo, nadie reparo en Manuel, durante unos segundos sin caer a plomo al suelo milagrosamente permaneció en pie inconsciente. A él debió parecerle un siglo, fueron segundos. Poco a poco le reapareció el color de la piel. El calor volvió a sus articulaciones.
Le dijeron vámonos, como un autómata siguió a todos ya que estaba medio inconsciente
se metió en su casa. Los gemidos fueron mitigándose poco a poco.
Julián ahora jubilado se dedicaba a espiar, era de los pocos que no tenía perro.
No le presto atención Manuel por estar acostumbrado a estos lances.
Al cabo de un par de días volvieron a quedar su amigo Rodrigo y él. Fueron de nuevo a la cooperativa. No había las colas del otro día.
-Buenos días-les atendió un empleado.
-Venimos porque tenemos unos cuantos kilos de garrofa.
Es suya esta garrofa –le pregunto el trabajador, supusieron que esa seria la pregunta protocolaria que tenían que hacer para asegurarse que no era robada, bajo una especie de palabra de honor entre la gente necesitada y golfa. Darle un poco de legalidad a esa situación. El trabajador formulo la preguntas sin mirarles, estaba mirando una furgoneta que conocía y se dirigía hacia ellos. Era la de unos yonquis a los que hacia un par de semanas trataron de vender garrofa, le contaron al empleado que cuando iban les paro la guardia civil. Les pidió documentación del vehículo, por no tener les multaron, de la garrofa paso lo mismo, les llevaron a un descampado les hicieron tirar la garrofa y les dieron una paliza para explicarles que en ese pueblo no les querían.
-Si es nuestra-le dijo Manuel- yo tengo un terreno.
Llegaron los yonquis.
-Esta vez no nos ha parado la guardia civil- decían entre sí y a todos contentos de haber llegados sanos y a salvos-Los hemos burlado.
El trabajador que no hacia a su buena fortuna seguía atendiendo a Manuel y Rodrigo.
-Bien- les dijo monótonamente este trabajador de aspecto de fraile-Pesarla allí si os conviene. Os informo: la pagamos a 0,10 el kilo.
-Si eso es una miseria, hemos tardado horas en recogerla. le contesto Rodrigo.
- Es un robo- Le dijo Manuel.
Es lo que hay, aquí la compramos así, si no os conviene ya os estáis largando y en silencio.
-¿Qué hacemos? Le pregunto Manuel
Véndela y dejemos esto. Buscaremos otra cosa.
Les dieron 9 euros de sus 90 kilos que repartieron, y se despidieron dándose la mano.
-No padezcas- dijo Rodrigo a Manuel- ya encontraremos otra cosa.
- Dudo de que encontremos nada más que miseria y pobreza.
-Queda lo de la asamblea hay mucha gente, seguro que uno u otro hacen algo-le respondió. Irás a lo de la excursión Manuel.
-¿Cómo lo sabes, tu no estuviste en la asamblea?
-Me lo dijo Ramón.
-si iré es dentro de unos días.
- Yo no puedo me informas, vale Manuel, si van a hacer algo me lo cuentas que yo me sumo.
Vale, bien- le dijo Manuel; y se volvieron a despedir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario